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EL OFICIO DE POLÍTICO (Emilio Álvarez Frías)

EL OFICIO DE POLÍTICO (Emilio Álvarez Frías) Hace unos días, en un programa televisivo del corazón, escuchaba cómo definía «su profesión» un «político» más conocido por sus andanzas personales que por la labor realizada durante el tiempo que ejerció «su oficio». Porque así definía su ocupación pública: «mi oficio político».
Quizá tenga razón, porque la palabra oficio es de un amplio espectro. Dice la Real Academia, con una imprecisión colosal, que oficio es «ocupación habitual», lo que nos lleva al María Moliner, donde queda mucho más claro: «Cada una de las clases de trabajo con denominación propia en que se emplea principalmente esfuerzo físico o habilidad manual y no requieren estudios teóricos especiales». Esto ya es otra cuestión. Máxime si admitimos que la política es el «arte de gobernar y dar leyes conducentes a asegurar la buena marcha del Estado y la tranquilidad y el bienestar de los ciudadano».
Yendo un poco más lejos habría que preguntarse si el político ha de ejercer esa ocupación con carácter habitual, profesionalmente, o esa dedicación debe ser temporal, en casos solamente accidental, nunca como profesión inamovible ya que este supuesto puede conducir a la acomodación, a eludir responsabilidades, a evitar planteamientos novedosos que lleven al verdadero progreso, incluso al abuso y la corrupción.
Podríamos introducirnos en los clásicos para hallar matizaciones, aclaraciones, definiciones o interpretaciones, o aproximarnos a cuantos a lo largo de la historia han mostrado sus puntos de vista al respecto, o a los politólogos actuales que barajan con gran soltura las cuestiones del gobierno de los pueblos, e incluso acercarnos al sabio Sancho que con los simples razonamientos de hombre sin estudios es capaz de reflexionar sobre el buen gobierno, algo que no está cerca, al parecer, de los de oficio políticos.
Estos circunloquios nos deberían llevar a preguntarnos qué es un político. Mas no queremos entrar en demasiadas precisiones y disquisiciones, ni buscar respuestas de variado aspecto que justifiquen posturas de unos y otros, pues haberlas las hay. Sólo queremos ver el aspecto desde la sencillez con que lo observaría Sancho, haciendo las matizaciones que probablemente se le ocurrirían a él.
De entrada parece lógico asegurar que un político no surge por generación espontánea, que no es fácil que cualquiera pueda ejercer el arte del gobierno de la noche a la mañana, como viene sucediendo con harta frecuencia. Si pensáramos un momento cuando nos presentan las candidaturas de cualquier elección, seguramente empezaríamos a tachar a desconocidos e incompetentes y con la suma de los restantes de todas ellas probablemente no se conseguiría el número necesario para cubrir los escaños disponibles.
Por ello en vez de discursos grandilocuentes, mítines explosivos, promesas sin fundamento, palabras vacías, habría que pensar primero en presentar a los candidatos, saber quién es cada quién. Por este camino, sin darnos cuenta, nos vamos al planteamiento de que es preciso ir a circunscripciones más pequeñas donde los candidatos sean bien conocidos, den la cara ante el electorado y justifiquen en su momento su hacer en la cámara para la que han sido elegidos. Y por esta pista vamos directamente a la necesaria modificación de las normas que rigen los procesos electorales.
Mas dejemos las cámaras de representación y vayamos a los grupos que las controlan, que dominan la voluntad electoral, que someten a su antojo a los poderes del Estado, que imponen, en definitiva, por dónde hay que ir.
Aunque sean necesarios unos grupos que marque pautas, que congreguen intereses, que representen sectores de la sociedad en sus diferentes manifestaciones, no por ello se ha de caer en unos pocos entes que controlen la vida nacional, normalmente dos con algunos pequeños apéndices, que la manejen sectariamente según sus postulados, donde la «tranquilidad y el bienestar del ciudadano» no son las metas fundamentales sino que el fin sustancial es la consecución y conservación del poder para, desde él, imponer, férreamente, las ideologías más radicales en algunos casos o los intereses de grupo en otros. Y de hecho, sin permitir que otros grupos lleguen a conseguir un lugar desde el que exponer diferentes puntos de vista, planteamientos, razones o creencias. Unido esto, además, a que esos grupos mayoritarios llegan a controlar las fuentes de financiación y nadie más tiene acceso a ellas en la medida necesaria para poder realizar su campaña. Lo que nos lleva de nuevo al encuentro con la necesidad de plantear la necesidad de demarcaciones más pequeñas donde el candidato, la persona, prima sobre la campaña manipuladora.
Y no viene mal ahora abrir un inciso para pedir se proceda a la cancelación de todas las deudas, créditos o cualquier otra figura económica que exista al respecto y que los partidos políticos tienen con las entidades financieras, pues es inmoral se regularicen préstamos de esta especie o se mantengan indefinidamente, mientras otros no pueden tener acceso ni a una pequeña ayuda; y también conviene aprovechar el momento para pedir que la financiación de las campañas electorales, de los partidos políticos en general, y también de los sindicatos, sean controlados rigurosamente por los organismos que corresponda.
Demos un salto más y enfrentémonos con otra situación en la que han de darnos pánico los de «oficio políticos», en gran número de ocasiones espontáneos, en no pocos indocumentados, que no garantizan el arte del buen gobierno por incompetencia o sectarismo. Así, es frecuente asistir asombrados al espectáculo insólito de la improvisación, a la ruptura de compromisos de Estado, a la vulneración de las leyes, al rompimiento de pactos, a no tener en cuenta lo necesario y conveniente para la buena marcha de la cosa pública, a impedir el derecho de los hombres a la libertad verdadera en aras de unos señuelos engañosos, a quebrar la armonía natural del comportamiento humano, a ensalzar lo sucio y lo degradante sobre lo correcto y lo moral, a rebajar la condición noble del individuo por bajo de las leyes que rigen incluso al reino animal, a provocar enfrentamientos innecesarios e injustificados. Espanta ver lo que dice cualquier monterilla de uno u otro sexo, asistir a la toma de decisiones sorprendentes, escuchar con asombro el talante con que se pronuncian, incluso contemplar sus caras bobaliconas o llenas de rencor, odio, desprecio y amargura aparentemente de siglos.
Tras estos razonamientos hechos con la misma simpleza que los hubiera balbucido Sancho, llegamos al corolario de que no estamos contentos, que el mundo precisa una transformación, empezando por lo más próximo, España, que cuanto más tiempo pase será más grave la enfermedad... salvo que se cumplan los pronósticos de algunos oráculos: que se está llegando a lo más hondo y por ende en no poco tiempo se ha de producir el revulsivo.
Ahí nos encontraremos.
Emilio Álvarez Frías dirige la revista de pensamiento ALTAR MAYOR

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