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TALANTE (Emilio Álvarez Frías)

TALANTE (Emilio Álvarez Frías) TALANTE

No cabe duda que, de vez en vez, a los políticos les da por sacar algunos vocablos o expresiones del diccionario, bien sustantivados o bien adjetivados, y con suficiencia los ponen en circulación, los jalean con gran alborozo y los convierten durante un tiempo en el pan nuestro de cada día, o más bien en el hecho cultural más importante del momento. Unas veces es «puedo prometer y prometo», otras veces «sin acritú», otras «tolerancia», o «violencia de género», o «Estado» para evitar decir nación, patria o España, o «partidos constitucionalistas», sin olvidar echar mano continuamente del paradigma «democracia» por todos reverenciado y utilizado para afianzar cualquier sandez, sin dejar atrás los términos «transparencia», «diálogo», etcétera.
Lo de más vibrante y excitante actualidad en estos últimos tiempos es «talante». Hay que tener talante para lo que sea: para mentir, para manipular, para insultar, para tergiversar, para claudicar, para deshacer lo hecho, para todo es preciso tener talante. Si nos aproximamos al María Moliner, podemos apreciar que como talante define la «actitud o disposición de ánimo buena o mala en que una persona está para tratar con ella». Hemos de imaginar que cuando se da tanto pábulo a esta palabra es en la intención de bondad, no de mala disposición.
Sin embargo en estos días hay que tener talante hasta para entrar como elefante en cacharrería con la idea predeterminada de romper lo que se ha ido componiendo con paciencia y tesón, buscando el encaje de cada pieza, soldándola en el sitio justo y suplementando con escayola las esquirlas perdidas en anteriores roturas para que pueda llegar a tomar la forma original, pues, normalmente, y desde la antigüedad, las piezas, como los hechos, suelen responder a unos patrones depurados y las nuevas formas han de ser tomadas con discreción ya que no todo lo nuevo es bueno, ni es fácil que perdure hasta pasar al estante de lo clásico y modélico, ni puede tomarse de otra forma que como improvisación que se ha de decantar con el ajetreo de cada día, con la depuración a través de la experiencia, filtrando los residuos por tamices de diverso tamaño hasta conseguir una pureza digna de la excelencia.
Claro que no hay que confundir la excelencia con medidas exactas y criterios extremadamente puros; pues puede ser más excelente una cerámica del siglo II a.C. que una pieza perfecta salida de la mejor fábrica actual diseñada y elaborada por ordenador, o puede ser más relevante una orza de cualquier alfarero de Zamora que la obra de un acreditado, alabado y encumbrado escultor modernista. La excelencia está allá donde se produce lo importante, lo sublime, aunque no alcance el rango de lo perfecto. ¿Cuántos santos han tenido orígenes poco recomendables y han terminado en los altares a fuerza de depuración?
Pero volvamos al camino del talante que es el que hoy nos convoca. Porque, como hemos destacado anteriormente, si se emplea en sentido negativo, parece que la palabra no alcanza el significado que se pretende dar al ser usada: el de bondad.
No parece que sea de buen talante romper compromisos internacionales contraídos en función de hechos y circunstancias puntuales. El «no a la guerra» figura en nuestro frontispicio de católicos: reprobamos la violencia en cualquiera de sus formas. Pero, desgraciadamente, a veces hay que usar la violencia para combatir y erradicar la violencia, aunque parezca una paradoja, ya que, en caso contrario, ésta puede llegar a anular lo correcto, la convivencia, los derechos irrenunciables de los otros, la libertad de los hombres como principio básico y fundamental. Si la vuelta al orden puede ser conseguida por medios pacíficos, todos debemos cantar alabanzas. Pero si es preciso tomar decisiones firmes no deseadas, el sentido de la responsabilidad dicta que hay que hacerlo. Y España, en su momento, creemos que tuvo que adoptar una postura que seguro no era del agrado de quienes la tomaron. Por ello, valerse de un «no a la guerra» para esconder torcidas intenciones es deshonesto; prometer romper acuerdos internacionales que fueron necesarios, una falta de sensatez. Ese talante no es positivo aunque se presente como tal. Pueden serlo para los interesados vociferantes, para ganar unas elecciones engañando, pero no para el respeto de los otros países del orbe, para las relaciones de todo tipo con terceros. Nuestras tropas han salido de Irak ante la mofa de los soldados de otras naciones, con el peligro que suponía que la retirada no fuera cubierta por otras tropas, como era lógico, acusados de abandono por una población que quiere vivir en paz y no lo consigue, con la petición del obispo de Bagdad de que «no se siga el pésimo ejemplo de Madrid, porque si nos abandonan será una catástrofe» y la reflexión del cardenal Martino en el sentido de que estas actitudes podrían «desembocar en una guerra civil».
Si como dice el actual Ministro de Defensa, hay que «abandonar parte del material» para escapar corriendo del lugar, no es talante positivo, ni de honor para un ejército, ni siquiera para el último de sus soldados.
No se puede asegurar que forme parte de un talante dialogante positivo dejar en suspenso parte de una ley sobre educación que trata de que los jóvenes adquieran una mayor formación, una cultura que se les estaba negando, unos conocimientos de los que carecen decenas de promociones, una preparación humanística fundamental para que el hombre viva y conviva en la sociedad y en sus relaciones con los demás y con lo trascendente.
No es talante positivo escuchar el insulto y la difamación de titiriteros frente a lo que piensan otros que no se revuelcan en el rencor y la malevolencia.
No es talante positivo de diálogo plantearse cerrar las capillas existentes en las facultades universitarias porque la Universidad es laica, que dice el rector de la Complutense de Madrid, que se confiesa de izquierdas, confundiendo, suponemos que interesadamente y no por ignorancia, que la Universidad lo que no es es confesional; o dejando de pagar a profesores de la cátedra de Teología para que desaparezca por falta de claustro.
Tampoco se puede considerar como de talante dialogante que imbéciles comediantes manifiesten que la «guerra patrocinada por Bush, Blair y Aznar es nuestro terrorismo», cuando una forma de nuestro terrorismo sí puede ser la falta de solidaridad que encubre la cobardía vestida de pacifismo.
Es falta de talante positivo engañar al ciudadano con mentiras, medias verdades, ocultamientos, proclamaciones que no se piensan cumplir porque saben será imposible, o no se consumará porque sólo obedecen a planteamientos electorales.
No parece talante de signo objetivo actuar utilizando la palabra aviesamente contra quienes les han precedido, culpándoles de todo, incluso de aquello que han realizado magistralmente, como la orza del alfarero de Zamora, de hechos que se encuentran a la vista de la generalidad de las gentes pues están produciendo grandes beneficios, y negarlo o vituperarlo, además de ser una maldad, es una mendacidad y una falsedad.
¿Acaso puede entenderse como talante positivo el comportamiento de ciertos medios de comunicación que difunden soflamas, desacreditan a las personas, inducen al error, provocan movimientos prerrevolucionarios, y utilizan la calumnia y la patraña para llevar al ánimo de las buenas gentes hechos engañosos e irreales?
Sería bueno que el ciudadano llegara a poder apreciar dónde está el talante positivo y dónde el negativo; claro que para ello sería necesario que la juventud llegara a tener una formación adecuada, cosa que intencionadamente se les niega pues es preferible que el votante carezca de la capacidad de reflexión y pensamiento que le llevaría a darse cuenta dónde encontrar lo excelso libre de recubrimientos perversos.

Emilio Álvarez Frías dirige la revista de pensamiento ALTAR MAYOR.

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