RESPONSABILIDADES (Manuel Parra Celaya)
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Hasta aquí la noticia. En cuanto a sus repercusiones inmediatas, nada nuevo: lamento de pretendiente despechado del PSOE, protesta del PP porque la mayoría parlamentaria en la votación se consiguió con los votos batasunos, a pesar de las promesas del lendakari, con lo que éste ha quedado mal, pero que muy mal... En definitiva, fuese y no hubo nada que dijo don Miguel.
Empieza a notarse la urgencia de pedir responsabilidades. El asunto va mucho más allá del honor del Sr. Ibarreche en cuanto a su palabra que a mí se me da un ardite- mucho más allá de una trampa legal, como las muchas a que nos tiene acostumbrados este Estado de Derecho; mucho más allá de juegos de partidos y de pactos en la sombra, de intereses económicos o de fanatismos racistas El asunto se centra, nada más y nada menos, que en la unidad indisoluble de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, como reconoce el artículo 2º de la Constitución vigente, si es que, efectivamente, aún sigue vigente y no nos hemos enterado.
Los gobiernos y los regímenes políticos tienen la obligación de tomar las riendas de un Estado en un momento determinado de la historia; no importa, si me apuran, cómo las tomen, si por las urnas, por la violencia o por aclamación, porque ejemplos sobrados tienen todos los pueblos de las tres modalidades y, si nos ponemos a hilar fino, no existe legalidad de origen en ningún rincón; lo que importa es la legitimidad de ejercicio, en decir, si ese régimen o ese gobierno ha servido fielmente a ese Estado, instrumento a su vez de una colectividad histórica llamada Patria. Así, regímenes y gobiernos deben plasmar y administrar la actualización del proyecto nacional, institucionalizado con carácter de fundación.
De modo que regímenes y gobiernos pueden acertar, equivocarse, enmendar, corregir o reincidir; lo que no pueden hacer es arrogarse la capacidad de decidir un suicidio; trocear la herencia recibida y entregar las partes a las generaciones siguientes y a regímenes y gobiernos siguientes-, del modo que los reyes medievales dividían los territorios entre sus hijos y deudos. Dicho más rotundamente, una Nación no es titularidad de régimen, gobierno, dinastía o constitución alguna, no les pertenece.
El régimen de Monarquía Parlamentaria que en estos momentos rige España no parece entenderlo así. Ni el Partido Socialista que nos gobierna. Por ello, la exigencia de responsabilidades va mucho más allá de tres diputados separatistas del brazo político de ETA, mucho más allá del PNV, de ERC y de los parlamentarios separatistas vascos, catalanes o de cualquier región autonómica
La responsabilidad alcanza a los políticos y expertos que introdujeron la palabra nacionalidades, en la Constitución del 78, sabiendo que era una bomba de efectos retardados; y, si no lo sabían, también, porque se puede ser malvado pero no idiota
La responsabilidad alcanza a todos los partidos, de izquierda, de derecha o de centro, que han transigido con las maniobras del separatismo por estúpidas razones de número de votos o por otros motivos menos confesables
La responsabilidad alcanza a un gobierno del PP de mayoría absoluta, que dio una de cal y una de arena, que adoptó actitudes vergonzantes o irresponsables, como el desmantelamiento de un Ejército
La responsabilidad alcanza a otras posibles fuerzas políticas, que nunca se han conformado como alternativa por estúpidas rencillas, personalismos y gigantesca falta de visión histórica
La responsabilidad alcanza a la Corona, como representación del Estado español y como motor del cambio, que se dijo hace años, y que ha llevado la expresión de que no está sujeta a responsabilidad de un sentido puramente legal a un sentido práctico
La responsabilidad alcanza a una amplia mayoría de los españoles, frívolos y ausentes del interés por la cosa pública, patriotas de pandereta y de Selección de Fútbol exclusivamente, que habrán comido las doce uvas de fin de año sin advertir que España se les está desmoronando de entre las manos
A ellos y, lo que es peor, a sus hijos.
A lo mejor ha llegado el momento de volver a gritar el Delenda est orteguiano, si no queremos que lo que resulte destruido sea España.
Manuel Parra Celaya es Profesor de Enseñanza Secundaria
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