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PLAN A TORTAS (Rafael Ibáñez Hernández)

PLAN A TORTAS (Rafael Ibáñez Hernández) Aunque a algunos les parezca que se ha hecho esperar, ya está aquí, ya llegó ese gesto que otros esperábamos no ver jamás. Llevábamos veinticinco años deseando no tener razón, pero Ibarreche y los suyos se han empeñado en dárnosla, aunque el señor Rodríguez el Talantoso continúe sin enterarse. La dichosa aprobación del Plan Ibarreche supone la prueba evidente de la debilidad de todo un sistema político y jurídico nacido de un consenso que en su virtud original incubaba la ponzoñosa serpiente que hoy nos amenaza. En su momento lo dijimos, aunque la euforia de la Transición —impulsada por la maquinaria partitocrática— llevase a la masa a aprobar en tromba devastadora una Constitución cuyos defectos y debilidades son cada vez más evidentes. Y, para mayor ironía y escarnio, cuanto ahora sucede es propio del sistema que “el pueblo español se ha dado a sí mismo”, una responsabilidad difusa que sobre los hombros del pueblo en lugar de hacerlo en la cerviz de sus dirigentes.
Con la candidez del irresponsable —si no es con la responsabilidad del cómplice—, al señor Rodríguez el Talantoso le resulta imposible plantar cara al reto lanzado por los nacionalistas vascos, igual que sólo le muestra la flor que al final de su espalda porta ante la lujuriosa mirada de los nacionalistas catalanes. Incapaz de cortar el problema de raíz, denunciando la irregularidad jurídica que vicia los acuerdos parlamentarios de Guernica —donde HB mantiene su grupo parlamentario pese a las órdenes emanadas de quien puede dictarlas—, los socialistas han retirado las cortapisas penales a un hipotético referéndum sobre la soberanía de la Vasconia occidental, de modo que un acuerdo al respecto —un delito contra la ciudadanía española— podrá ser perseguido sólo por vía civil y administrativa, un sistema de defensa a todas luces insuficiente.
Tras lustros de conveniente adoctrinamiento, va a resultar muy difícil volver a poner las cosas en su sitio. Después de no haber atendido las reiteradas amenazas del criminal contra nuestra madre, ¿de qué nos va a servir su detención cuando ya la haya asesinado? En el mejor de los casos, penará su culpa, pero nuestra madre habrá muerto y nada nos la devolverá. ¿Son capaces de entenderlo quienes tienen en sus manos la posibilidad —cada vez más menguada— de impedir la inexorable secesión vasca y catalana? Ellos no lo sé, pero yo he comprendido perfectamente la explícita amenaza de Ibarreche cuando aludió a las tortas como procedimiento para solucionar el supuesto conflicto vasco. Ciertamente, la dialéctica de los puños precisa de su uso por ambas partes, y no creo que el señor Rodríguez el Talantoso esté dispuesto a marcarle la jeta al lendakari. Ya sabemos todos cuáles son las “tortas” a las que tan aficionados son los nacionalistas vascos: puramente metafóricas, porque lo suyo son las pistolas, cuya dialéctica exigiría aún un mayor compromiso a los defensores de la unidad de la nación española.
Por otro lado, no sé si la aplicación del artículo 155 de la Constitución no sería contraproducente, aunque me temo que a estas alturas de la película difícilmente supondrá una solución efectiva.
Rafael Ibáñez Hernández es historiador

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