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MINISTRAS-FLORERO (Rafael Ibáñez Hernández)

MINISTRAS-FLORERO (Rafael Ibáñez Hernández) MINISTRAS-FLORERO
En los últimos días, los medios de comunicación —unos y otros, que en esto no hay color— parecen empeñados en seguirle el juego a nuestros gobernantes y sus adláteres, que fomentan con escandalosos anuncios y sus continuas contradicciones el permanente debate en torno a cuestiones alejadas de las verdaderas necesidades sociales. Como el programa de pan y toros resulta ya demasiado evidente, amén de conflictivo —dado el manifiesto antitaurinismo de los muchachos de Carod Rovira—, ocupan las columnas de los periódicos con cuestiones tales como el reconocimiento del catalán como lengua oficial de la Unión Europea —asunto que debe preocupar a los otros veinticuatro miembros del club hasta extremos inusitados—, el carácter independiente del valenciano o el tan estúpido como turbio asunto del Archivo de la Guerra Civil.
Más graves me parecen otros asuntos, como la apuntada liberalización del aborto, un claro atentado contra la vida en nombre de egoísmos vergonzantes, mientras descubrimos avergonzados a una mujer que, al abandonar a su recién nacido, reclama que no se la denuncie apelando a aquellas otras que simplemente matan a sus hijos nonatos. O, a la vez que se anuncia la pronta consideración oficial de la cohabitación homosexual como matrimonio con todos los efectos legales, se habla de agilizar los procesos de divorcio y de establecer como norma general la custodia compartida de los hijos, como si se tratasen de simples bienes muebles. Esto, después de que se haya establecido una cobarde discriminación en el tratamiento legal de la llamada violencia de género.
Ante este panorama, inevitablemente se me vienen a la cabeza los compases de aquel coro de verduleras que, en las márgenes del Ebro, prometían un mundo mejor “si las mujeres mandasen”. ¿Es esto cuanto puede hacer un Gobierno con talante feminista, que alardea de contar con un reparto equitativo de las responsabilidades ministeriales en función del sexo de sus integrantes?
Suponiendo que el señor Rodríguez fue de veras capaz de encontrar entre quienes le rodeaban ocho mujeres aptas para desempeñar las responsabilidades propias de ministro con la misma dosis de estulticia que entre los varones que le eran cercanos, experiencias como el posado para la elitista Voge parecen demostrar más bien lo contrario. Fuera cual fuese su verdadero propósito para prestarse a ese reportaje, la sensación que nos han ofrecido —posiblemente tampoco ajustada a la realidad— es la de ministras que tristemente han caído en la tentación de ser barbies por un día. Quizá Rodríguez buscaba un nuevo look para el gabinete y su talante. Pero, ¿qué quieren?... Una imagen de Fernández de la Vega vestida como Isabel Tocino no me parece lo más apropiado para concienciarnos de la situación que padece la mujer española. ¿O sí?
Claro, que no cabe esperar gran cosa de un Gobierno que alardea de su equilibrio de género —ocho ministros, ocho ministras, como si lo importante fuese el número y no su capacidad— mientras que apenas están desempeñados por mujeres 69 de los 332 altos cargos de la Administración. Todo se reduce a mera propaganda, por otro lado desafortunadamente vulgar. Al menos de momento, las ocho ministras apenas han demostrado que no superan el nivel de aprendices de bruja. Empeñadas en baldear la España de principios de este siglo, corremos el riesgo de que lo aneguen todo.

Rafael Ibáñez es historiador

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