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USTED SABRÁ, SR. RODRÍGUEZ (Rafael Ibáñez Hernández)

USTED SABRÁ, SR. RODRÍGUEZ (Rafael Ibáñez Hernández) Poco tiempo después de que el señor Alonso manifestase que nunca se podrá saber toda la verdad sobre el 11-M, el presidente del gobierno se ha descolocado manifestando con rotunda suficiencia: “yo no tengo dudas, ninguna”. La primera tentación que me asaltó al tener noticia de esta nueva manifestación de talante fue congratularme por que España contase con un Gobierno presidido por alguien con tal capacidad de conocimiento, que rebasa al del común de los mortales. ¡Cielos, lo sabe todo! Mi satisfacción creció al caer en la cuenta del talante del que tan abundantemente hace gala. Al fin, los demás podríamos saber qué ocurrió el 11 de marzo, durante los días anteriores y en las horas posteriores. Las democráticas manifestaciones del día de reflexión habrán cumplido su objetivo final, que no era proporcionar el poder a los socialistas sino conocer la verdad de lo cedido…
Pero una lectura más detenida de las propias declaraciones del talantoso señor Rodríguez ha roto el espejismo, aumentado la preocupación que me ronda. El subconsciente -o los nervios- le ha hecho decir que “los hechos y la tragedia del 11 de marzo están muy claros, a la luz de todo lo que hasta ahora se ha sabido”. ¡Ah, bueno! Esto es otra cosa o, mejor dicho, más de lo mismo. Cuando los socialistas ven acercarse el momento en que Aznar declare ante la comisión parlamentaria, el Gobierno lanza el mensaje de que nuevas intervenciones resultan innecesarias, que lo hasta ahora discernido es suficiente para alcanzar conclusiones políticas destinadas a impedir -como si eso fuera realmente posible- nuevas matanzas como aquélla. ¿Para qué se va a retransmitir por televisión, entonces, la intervención de quien era el presidente del Gobierno aquél fatídico día? ¿Para qué se va a llamar a declarar a los “confidentes policiales” que pueden arrojar luz sobre la trama del atentado?
Desde luego, yo no tengo entre mis escasas virtudes la del melifluo talante del señor Rodríguez, cuyos efectos compensa con la agresividad de otros compañeros y compañeras -faltaría más- de gabinete. Ni, por supuesto, los conocimientos de los que alardea con tan supuesta despreocupación. Es más, soy de la opinión de que quien únicamente está en condiciones de saber toda la verdad sobre un crimen es el criminal, regla que por otra parte cuanta con demasiadas excepciones. De modo que no me queda más remedio que preguntarle al señor Rodríguez qué sabe realmente del 11-M. ¿Es más que una casualidad que partiesen para Madrid el mismo día dos furgonetas cargadas de explosivos, una consignada a un enésimo intento etarra y otra controlada por los terroristas islamistas, o forma parte de una maniobra de distracción destinada a lograr introducir en Madrid una de las cargas? ¿Dónde está el límite de la confidencialidad entre los agentes policiales y los criminales, si esos permiten que estos trafiquen con tamañas cantidades de explosivos? ¿Qué sabía o quería saber el juez Garzón, que se personó en Atocha en cuanto tuvo noticia de lo sucedido, mientras dos exministros socialistas de Interior solicitaban visitar en el penal Ocaña-II al exgeneral Rodríguez Galindo, ahora en un régimen atenuado próximo al indulto? ¿Cuál es el papel que juega en todo esto la unidad de elite de la Guardia Civil? ¿Por qué la Policía rechazó en su momento la colaboración de las unidades de desactivación de explosivos de la Benemérita, mientras el CNI se hacía con el control de la operación policial? ¿Se oculta a la opinión pública la trascripción de la casete hallada en la primera furgoneta porque su contenido encaja malamente con la supuesta mentalidad de unos fanáticos islámicos? ¿Cuál es la verdadera historia de la mochila aparecida en la comisaría de Vallecas, cuando las bolsas con Goma2 localizadas en los lugares de los atentados fueron inmediatamente destruidas por los agentes técnicos en explosivos? ¿Dónde están los suicidas que supuestamente se inmolaron en Atocha? ¿Cómo no se logra impedir la explosión en Leganés, que eliminó muchas de las pruebas necesarias para esclarecer lo sucedido? ¿Qué es lo que realmente vincula a hampones de medio pelo, viejos conocidos de las cloacas policiales, con el terrorismo radical islámico? ¿Por qué festejan juntos la masacre islamistas y etarras en la cárcel?
Si el señor Rodríguez tiene respuesta para estas y otras muchas preguntas que asaltan a los ciudadanos, tiene la obligación de ofrecerlas voluntariamente a la nación. Su silencio sólo puede interpretarse como el gesto interesado de quien tiene algo que ocultar. Si en realidad carece de tales respuestas, cállese. Cállese y no estorbe, deje trabajar a quienes quieren esclarecer la verdad, que a buen seguro no será nada grata. Pero será la verdad, esa verdad que reclamaban miles de manifestantes el 13 de marzo.

Rafael Ibáñez Hernández es historiador

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