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...NI MÁRTIR (Rafael Ibáñez Hernández)

...NI MÁRTIR (Rafael Ibáñez Hernández) …Siempre me ha caído simpático el ministro Bono, lo que no manifiesto en alabanza suya sino más bien en confesión de culpa. No he compartido todas sus decisiones políticas, pero reconozco que su habilidad populista lo hace más cercano que muchos de sus congéneres. Carece de complejos políticos, lo que le permite enfrentarse a quien sea para evitar el bombardeo de Cabañeros, hablar sin ambages del falangismo de su padre, mantener la memoria histórica de la División Azul o —lo que aún es más importante— defender la unidad de España. A cambio, utiliza a las víctimas de la violencia doméstica para aumentar su popularidad, se ofrece para dar lecciones de Teología a las jerarquías eclesiásticas —como todo buen católico español— y se avergüenza de lemas como el que, desde las laderas de la montaña del Talarn, recordaba a los futuros Suboficiales de nuestro Ejército su compromiso: “A España servir hasta morir”. Afortunadamente, las últimas nevadas han hecho reaparecer como por milagro la inscripción, un mensaje cuasi sobrenatural que recuerda al ministro la miseria de su empeño. Claro que no faltará quien responsabilice de ello a la Iglesia Católica —de la que Bono dice ser fiel hijo—, que ha visto de esta manera recompensadas sus rogativas “ad petendam pluviam”.
El caso es que el penúltimo escándalo en que se ha visto envuelto —esto es como las cañas de cerveza, que siempre habrá otra posterior— el ministro Bono ha dejado al descubierto, una vez más, la catadura de nuestros gobernantes. Convocada la manifestación del pasado día 22 de enero por la Asociación de Víctimas contra el Terrorismo para protestar por la política de excarcelaciones de etarras en aplicación de una interpretación sumamente laxa del Código Penal del Franquismo, era más que previsible que los asistentes no cantasen himnos de alabanza al Gobierno. Aparentemente rectificada dicha política —la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional hubo de recordar su competencia exclusiva en la materia—, no le faltaban razones a los miembros de la AVT para mantener la convocatoria, a la que no se sumó la Asociación de Víctimas del 11M, cuyo portavoz es una conocida sindicalista liberada de CCOO y de cuya intervención en la Comisión Parlamentaria los medios apenas han destacado cuanto dijo en consonancia con los propósitos gubernamentales. Declinada la invitación por el defensor de etarras y Alto Comisionado para las Víctimas —¿atendía así anticipadamente las recomendaciones de la DGT para no salir de casa ante el temporal de nieve?—, nuevamente el Gobierno tuvo actuar para “desactivar” el escándalo, acudiendo a la manifestación el ministro de Administraciones Públicas, Jordi Sevilla, que ocupó el lugar correspondiente en la cabecera.
Previsiblemente, la manifestación habría sido la noticia del domingo, flor de un día, una simple bofetada en el rostro del Gobierno que éste soportaría con estoicismo, si todo hubiera transcurrido por los cauces previstos. Acaso se habrían difundido con alguna vehemencia los comportamientos de determinadas autoridades —algunas del PP— para dificultar el éxito de la convocatoria, como la escasez de presencia policial o las reticencias para cortar el tráfico de manera previsora y ordenada; y, sobre todo, habrían resonado las voces de las víctimas, especialmente los mensajes leídos en la Puerta del Sol. Pero he aquí que Bono decidió escuchar las reconvenciones de su hijo —¡qué afán tienen estos socialistas por hablarnos de sus hijos!— y asistir “privadamente” a la manifestación. No había de faltar cámara de televisión que recogiese cómo el ministro de Defensa se mezclaba con el pueblo dolido…
Tan dolido que se quejó. No voy a defender aquí la actitud de quienes aprovecharon la oportunidad que el populismo estrecho del ministro Bono les proporcionaba para elevar su voz con mensajes ajenos a los propios de la convocatoria. Y no lo voy a hacer porque representó un claro menosprecio a las víctimas del terrorismo, pero también porque tal comportamiento ofreció a los socialistas la oportunidad de manipular la situación en su beneficio, como quien da la vuelta a un calcetín. El caso es que el ministro Bono ha tratado de sacar tajada de unos incidentes que no debieron ocurrir, pero que en todo caso no ocurrieron como nos contó. Porque se nos contó cómo el ministro Bono -que decían se encontraba sin escoltas- había sido golpeado. A partir de ese momento, la noticia de la manifestación fue la supuesta agresión y no su éxito. Las imágenes de un ministro azorado, agarrado del brazo de Rosa Díez —que más tarde se reincorporó a la manifestación entre aplausos—, reemplazaron en los medios a las de la tribuna de oradores o la masa manifestante desbordando todas las previsiones. ¡Al pobre ministro Bono le habían pegado! Y, para mayor escarnio, ¡con el mástil de una bandera de España! Nos cuentan cómo un Comisario —de Policía, aclaro— manifestó haber recibido órdenes del Ministerio del Interior para que se practicasen detenciones, y la suerte recae sobre los lomos de dos militantes del PP.
El problema surge cuando se conoce que las diligencias policiales niegan la existencia de tal agresión. ¿A cuento de qué las detenciones, entonces? ¿Se trata de comenzar a imponer un régimen de terror en el que la acción policial, que debería someterse al imperio de la Justicia, esté dictada por los poderes políticos? Cuando la izquierda más rancia quiere impedir que alguien se manifieste en los aledaños del Congreso de los Diputados —el humo del Reichstag les nubla el entendimiento—, ¿podemos esperar que los socialistas traten de amedrentar a las gentes de orden para que no salgan a la calle a manifestarse? Aunque para eso baste la tradicional atonía del PP, ¿qué tiene de extraño que nos temamos lo peor del partido político que gestionó el GAL o promovió el procedimiento de “la patada en la puerta”?
Una vez más, el PSOE ha mentido, en esta ocasión por boca del ministro Bono, cuyo afán populista le hizo acercarse en demasía al fuego de la sartén. No cuela: de momento, Bono no puede mostrarnos los hematomas —estigmas en versión laica— que le causara la agresión que no existió, salvo acaso los producidos por los escoltas que “no” le acompañaban. Supongo que no será virgen, pero de momento Bono tampoco es mártir.
Rafael Ibáñez Hernández es historiador

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