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IDENTIDAD Y MESTIZAJE (Joaquín Fernández)

IDENTIDAD Y MESTIZAJE (Joaquín Fernández) Vuelve el ritornelo de la identidad. Resulta exasperante la insistencia en la búsqueda de las identidades colectivas. No me parece mal que algunos quieran considerarse idénticos; allá ellos, pero yo solo me siento idéntico a mí mismo; a nadie más. Tampoco mejor; ni peor, naturalmente. Resultaría aburridísimo vivir en un mundo de idénticos, privado de la extraordinaria riqueza de la diversidad humana. Sí siento, eso sí, más proximidad a unos que a otros. Aunque soy catalán me siento más próximo a Juan Velarde que a Heribert Barrera. Aunque soy español, me siento más próximo a Vaclav Havel que a Alfonso Guerra. Aunque soy cristiano, me siento más próximo al Dalai Lama que al obispo de Girona. Finalmente, aunque soy falangista, me siento más próximo a Ortega y Gasset que a Serrano Súñer. Para mí, no solo las identidades; también las proximidades son independientes de factores como la tierra o la raza. Algo tiene que ver la ideología, pero tampoco creo en las identidades ideológicas, porque en el seno de toda ideología no puede dejar de existir un ámbito de diversidad personal.

La cultura de Cataluña se funda en un milenario mestizaje que históricamente (la prehistoria es más desconocida) se produce con los fenicios, griegos, romanos, cartagineses, visigodos, francos y árabes, sin contar a los gallegos, castellanos y andaluces. ¿Qué sería de Cataluña sin ese permanente fluir de culturas? Es claro que Cataluña no tiene la exclusiva del mestizaje. Qué decir de Andalucía, Galicia, Francia, Alemania y cualquier otro colectivo social culto y desarrollado. Pocos son los colectivos sociales, llamémosles pueblos, regiones, provincias o naciones si se quiere, que no han sido objeto de inmigración, cuando no de invasiones y colonización a lo largo de la historia y todos estos fenómenos han enriquecido la cultura pre-existente y han configurado lo que en cada momento algunos quieren llamar identidad. Pero también todos debieron tener y, en ocasiones, siguen teniendo sus guardianes de la identidad. Cuando estos guardianes han tenido éxito, la sociedad se ha privado de la riqueza que proporciona el mestizaje. En el río Maici, en la Amazonia brasileña, hay una tribu, los indios piraha, cuyos guardianes de la identidad, a lo largo de milenios, han conseguido convertir a la tribu en uno de los escasos ejemplos de identidad existentes en el mundo. Pero su cultura es tan escasa que ni siquiera lo saben y, si lo supieran, no tendrían palabras para expresar su orgullo. Solo quedan unos 200 piraha, son estrictamente monolingües y su vocabulario no tiene más de 200 palabras. Sus únicos vocablos numéricos son "hói" (uno), "hoí" (dos) y "aibai" (muchos).

El discurso identitario llega en Cataluña al paroxismo con Heribert Barrera, que no solo pretende que se bailen “las sevillanas en Sevilla”, sino que magrebíes y subsaharianos sean arrojados a patadas a sus países de origen. Pero erraríamos si creyéramos que se limita a él. Ni siquiera a Jordi Pujol, que ha proporcionado el último discurso por la identidad y el mestizaje. Hasta el Partido Socialista, históricamente internacionalista, se ha convertido en defensor de las esencias nacionalistas. Se trata de un virus mental que penetra en el subconsciente incluso de aquellos que no lo saben.

Solo hay que consultar una guía telefónica catalana para constatar la abundancia relativa de Pérez, Martínez y demás apellidos de origen no catalán, resultado lógico si se tiene en cuenta que el 60% de la población catalana procede de la inmigración a lo largo del siglo XX y no se ha estudiado la anterior. Sin embargo, el Presidente de la Generalitat, el del Parlamento de Cataluña, el Síndic de Greuges y 13 de los 16 consejeros, ostentan los dos apellidos típicamente catalanes y los tres consejeros restantes, uno. Todos ellos, con la típica “i” intercalada. Sin algún factor desequilibrante, las probabilidades de que hubiera ocurrido por azar tal coincidencia es una entre muchos millones. Este factor no puede atribuirse a una manipulación, que afortunadamente no creo que forme parte de las costumbres electorales españolas. Tampoco, aunque algo influya, a la mayor importancia relativa del voto rural. El factor es, a mi juicio, el virus identitario, que actúa como síndrome de Estocolmo. Es tanto el énfasis que los guardianes de la identidad ponen en su labor, especialmente desde las propias instituciones autonómicas, y tan escaso el que dedican a la gestión del bienestar de la ciudadanía, que gran parte del electorado no se siente concernido y se abstiene de la política autonómica y sus elecciones, que consideran cosa de “los catalanes” como si no lo fueran ellos después de dejar en Cataluña su vida, su sudor y su descendencia. Dejemos que los guardianes de la identidad voceen su mensaje por los mentideros, pero no les permitamos que nos confundan: Cataluña, como España y Europa, son construcciones permanentes de todos, catalanes, españoles y europeos, sin exclusión alguna.

Joaquín Fernández es Catedrático de Economía Aplicada

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