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ESPAÑA, OBJETIVO DEL TERRORISMO ISLÁMICO. ¿POR QUÉ? (Eduardo García Serrano)

ESPAÑA, OBJETIVO DEL TERRORISMO ISLÁMICO. ¿POR QUÉ? (Eduardo García Serrano) España, objetivo del terrorismo islámico. ¿Por qué?

No es una cuestión cuya respuesta podamos hallar en el inmediato pasado y en las recientes alianzas que nos condujeron a la guerra de Iraq. Eso es sólo un detonante coyuntural cuya justificación política es lo suficientemente "sólida", en apariencia, como para cegar la capacidad de percepción de la mayoría de nuestros compatriotas.

España es para el radicalismo islámico un objetivo largamente acariciado, un ideal permanentemente desvelado y una venganza cinco siglos aplazada para casi todos los súbditos, especialmente para los más fanáticos y radicalizados, de esa nación espiritual que es el Islam. España, Al Andalus, vive en sus oraciones y en su imaginario colectivo como el jardín del que fueron expulsados 39 años después de que cayera en sus manos Constantinopla, la segunda Roma, la "ciudad protegida por los dioses", que la Europa cristiana fue incapaz de socorrer.

El 29 de mayo de 1453 el sultán Mehmed II entró a sangre y fuego en Constantinopla provocando la caída del Imperio Romano Oriental, el imperio de Constantino y Justiniano. Los ejércitos del Sultán se apoderaron también de Serbia y de Morea, de Albania, de la mayor parte de Bosnia y de Trebisonda, último vestigio del Imperio Bizantino. Las tropas de Mehmed II llegaron aún más allá, hasta las factorías genovesas del Mar Negro y hasta Crimea donde el Kan de los tártaros acabó arrodillado en suplicante vasallaje ante Mehmed II, el Sultán de los dos Continentes.

En los 39 años que median entre la caída de Constantinopla en 1453 y la conquista de Granada en 1492, el Islam mantuvo cerrada y en su poder la tenaza mediterránea de Levante a Poniente, desde el Bósforo hasta el Atlántico. Pero los Reyes Católicos rompieron el cerrojo occidental expulsando de España, con la toma de Granada, al último representante de la dinastía nazarí justo en el momento en el que el Sultán Mehmed II señoreaba todas las posesiones de Venecia en el Mar Negro y cuando se apretaba a asaltar Italia para que las monturas de sus ejércitos abrevasen en el Tiber. Isabel y Fernando culminan así la empresa geopolítica y militar más importante de Europa desde la caída del Imperio Romano Occidental en el año 476 de nuestra Era, cuando el bárbaro Odoacro entró en Rávena y humilló a las águilas de los césares enviando las enseñas imperiales de Roma a Constantinopla.

El Islam inicia la conquista de Europa cuando los musulmanes de Tarik, en el año 711, cruzan el estrecho y desembarcan en Gibraltar (así llamado en honor de éste caudillo militar musulmán, Gib Al Tarik, la roca de Tarik) para derrotar a los hispanovisigodos de D. Rodrigo en la batalla de Guadalete. Así comienza la dominación árabe de España, hasta que los Reyes Católicos culminan la Reconquista.

Ellos no lo han olvidado. Nosotros, sí. Ellos lo recuerdan a diario en sus oraciones ("Alá es grande", gritaron antes de morir los terroristas islámicos que se inmolaron en Leganés). Nosotros no recordamos nada porque vivimos en el alzheimer de la tolerancia a toda costa y a cualquier coste, aunque Osama Ben Laden (el nuevo Tarik, el nuevo Mehmed II, el nuevo Solimán el Magnífico) nos los recuerda en todos sus videocomunicados: "No consentiré que ningún musulmán vuelva a sufrir la humillación de Al Andalus".

Ese es el auténtico móvil religioso, espiritual y político de lo que el fanatismo islámico nos está haciendo. La guerra de Irak es sólo un detonante coyuntural, nada más. No querer aceptarlo con todas sus consecuencias es, sencillamente, suicida.

Eduardo García Serrano es periodista.

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